domingo, 10 de octubre de 2010

Como corteza

Igual que en aquel poema de Miguel D'Ors en el que contaba cómo uno tras uno iban "muriendo" los "Migel D'Ors potenciales" que quiso ser algún día y que no pudieron ser, empiezo a darme cuenta del altísimo precio en horas de la mayoría de los sueños que se me vienen pegando a las suelas y que que continúo arrastrando a lo largo de estos veintinueve años. Un precio prohibitivo. Un precio que, en más de la mitad de los casos, requeriría dedicarme a un sueño de forma casi exclusiva.

En mi caso, marinero de todo y capitán de nada, los Jibaritos potenciales mueren a puñados, a mansalva. Mi vida es un sueñocidio masivo que disfruto con la más cruel de las pasividades (a excepción de ciertos ratos de "remordimiento" en los que me torturo pensando en los "podría haber hecho, podría haber sido" o de angustia estresado por los "puedo llegar a hacer, puedo llegar a ser"). A excepción, digo, de esos ratos de miopía existencial, voy cerrando puertas al futuro con una enorme tranquilidad.

Los sueños muertos (e incluso esos otros nonatos) van quedando a los lados, en la mente, en las conversaciones, en la experiencia de algo que intenté y dejé a medias; como células muertas, como las uñas, como la corteza (en este caso gruesa y dura) de los pinos y se me hace que protejen en cierto modo el cuerpo vivo de lo que soy, de los pocos sueños que sí he ido cumpliendo.

Son el precio de lo que soy y son tantas las cosas a las que he renunciado: músico, pintor, atleta profesional, profesor de literatura, ... que puedo decir es alto, muy alto el precio (y por tanto el valor) de lo que he elegido.

Aquí sigo cerrando puertas: nunca seré actor; engrosando la corteza de mis pocos sueños cumplidos y comprobando satisfecho que había que elegir y que yo he sabido hacerlo.

Os dejo con el poema del compostelano. Que la fuerza os acelere.



Por favor

Se van muriendo uno tras otro
como en las películas de náufragos
o de aviones estrellados en neveros incógnitos.

Sucumbió el portero de fútbol catequístico
y el bailarín de valses bajo la luz periódica de un faro

y el estudiante que sueña
un verano arqueológico en Egipto

y el insensato que sufre por unos ojos
que eran una sucursal del Cantábrico

y el posible profesor de español en Colorado.

Ahora está agonizando -es evidente- el aspirante a gran poeta
y no vivirá mucho el montañero que conoce por sus nombres
todas las aguas de Belagua y Zuriza.

No sé cuáles serán los supervivientes definitivos,
los miguel d'ors que lleguen a la última secuencia
-que según los antiguos es el paso de un río-,
pero le pido al Cielo que en aquel grupo esté, por favor,
el muchacho que una tarde,
mirándote mirar el escaparate de la librería Quera
en la calle Petritxol de Barcelona,
empieza a enamorarse de ti como un idiota.

No hay comentarios: